Hoy, en la noche del mundo, con la esperanza de la Buena Noticia,
afirmo con audacia mi fe en el porvenir de la humanidad.
Rechazo la idea de que en las actuales circunstancias las personas estén incapacitadas
para hacer una tierra mejor.
Rechazo la creencia de que el ser humano es una brizna de paja transportada por la corriente de la vida,
sin posibilidad de influir en lo más mínimo en el curso de los acontecimientos.
Rechazo la opinión de quienes consideran que las personas están de tal manera prisioneras
en la noche sin estrellas de la guerra y del racismo,
que nunca podrá llegar a ser realidad la aurora luminosa de la paz y la fraternidad.
Rechazo la predicción según la cual los pueblos descenderán unos tras otros por el torbellino del militarismo hasta el infierno de la destrucción atómica.
Creo que la verdad y el amor sin condiciones tendrán efectivamente la última palabra,
pues la vida, aunque provisoriamente derrotada, es siempre más fuerte que la muerte.
Creo firmemente que aún en medio de las bombas que estallan y lo cañones que truenan,
permanece la esperanza de un mañana luminoso.
Tengo el coraje de creer que un día todos los habitantes de la tierra tendrán tres comidas por día
para la vida de su cuerpo, educación y cultura para la salud de su espíritu,
igualdad y libertad para la vida de sus corazones.
Creo igualmente que un día toda la humanidad reconocerá en Dios la fuente del amor,
que la bondad salvadora y pacífica será algún día la ley, que el lobo y el cordero reposarán juntos,
que toda persona se sentará bajo su higuera en su propia viña, y que nadie tendrá motivo para tener miedo.
Creo firmemente que obtendremos la victoria.